miércoles, 11 de diciembre de 2013

Mi gato tiene tres patas

...bueno, realmente no es mío. Es de mis compañeros de piso y se llama Menfis José (así como suena, y yo que pensaba que no se podían poner nombres ofensivos, sólo le falta un "de Todos los Santos" para rematarlo). Para quien no me crea, en el lateral tenéis una foto suya.

Sí, lo que se ve en la pantalla es un texto en letra procesal para realizar una deseadísima transcripción paleográfica (los de Historia, que somos legión en este máster, seguro que me entienden). Y no, Menfis no tiene la otra pata encogida, simplemente no la tiene, nihilista que es el bicho en ese aspecto. Hace bueno ese dicho de "buscarle los tres pies al gato", ya que perdió la pata superior derecha en acto de servicio (quizá otro día os lo cuente). Además le gusta subirse al lavabo y es un punto abrirle el grifo y decirle "¡Chapotea, Menfis, chapotea!". Él, con toda su buena intención y obediente que es, mueve el muñón que le queda para intentar jugar, sin lograrlo obviamente, con el agua que cae.

Y me diréis, ¿para qué todo esto?. Aparte de auto-terapia felina, mi objetivo es sencillamente el de mostrar un ejercicio práctico concreto de algo que se nos ha repetido tanto y sobre el que volvimos a ello el último día, siendo probablemente el quid de la cuestión: la forma de llegar a los alumnos es a través de una narración que los engatuse (nunca mejor dicho) sea ésta oral (p. e. clase magistral), visual (p. e. presentaciones en PowerPoint o fragmentos de videos), musical (canciones educativas) u otra, para llegar al discurso deseado.

Así, emulando a Rafael Cabanillas cuando utilizó las anécdotas de sus viajes (por ejemplo relatándoles como en ciertos lugares se come perro) para llevarles a donde él quiere, podemos utilizar un relato banal que sirva de elemento sorpresa que consiga captar su atención para alcanzar el objetivo docente buscado. Sin embargo, Rafael Cabanillas hizo algo feísimo, y fue el de utilizarlo como chantaje (a cambio del relato, hacer morfosintaxis) ante inocentes y temerosos adolescentes (ya que, como todo el mundo sabe, una clase de E.S.O. es un remanso de candidez y estos burdos trucos están de más).

Voy a intentar completar su propuesta, hilando un relato a través de la banalidad para llegar al contenido. Si hablamos de gatos, ¿con qué podríamos hilarlo?. "¡Ya sé!", pensaréis, "¡el Antiguo Egipto!". Aunque soy algo simple, no tanto, por lo que vamos a hacerlo un poco más difícil.

Aunque historiográficamente está más que superada la anécdota como objeto de estudio, aquí nuestra meta es otra, y podemos usar la misma junto a la ya mencionada sorpresa para captar la atención de quien nos escucha. Es más que probable que tras sentirse atrapados por la sorpresa e interesados con la anécdota, y por tanto la interioricen, acaben haciendo lo propio por asociación con el contenido al que hemos llegado desde ella. Vamos, engañar sus tiernos cerebros. Sigamos entonces con esta idea.

¿Cocinamos a Menfis y nos lo comemos (aunque sólo tenga un "ala"?. ¿Cómo hacerlo?. Pues por ejemplo usando la receta que un tal Roberto Nola, cocinero nada menos que de un rey, nos propuso en el siglo XV. ¿Qué no me creéis?. Pues ahí va la receta para los incrédulos y para demostraros que el que transcribía en el ordenador era yo y no el gato como muchos seguramente pensaréis (os acompaño la imagen del folio del libro con su transcripción):

(fol. 42r)

Gato assado como se quiere comer


El gato que este gordo tomaras y degollarlo as. Y despues de muerto cortar le la cabeza, y echarla a mal porque no es para comer, que se dize que comiendo delos sesos podría perder el seso y juyzio el que la comiere. Despues dessollarlo muy limpiamente y abrirlo y limpiarlo bien; y despues embolverlo en un trapo de lino limpio, y soterrarlo debaxo de tierra donde a de estar un dia y una noche; y despues sacarlo de alli y ponerlo a assar en un assador, y assarlo al fuego, y començandose de assar untarlo con buen ajo y azeyte, y en aca-

(fol. 42v)

bandolo de untar açotarlo bien con una verdasca; y esto se a de hazer hasta que este bien assado untandolo y açotandolo, y desque este assado cortarlo como si fuesse conejo o cabrito y ponerlo en un plato grande y tomar del ajo y aceite desatado con buen caldo de manera que sea bien ralo, y echalo sobre el gato, y puedes comer del, porque es muy buena vianda

El libro, que ha sido escaneado y está disponible, fue impreso en Toledo en 1529 aunque provenía de un manuscrito anterior en catalán. Está dedicado a un tal rey Ferrán que lo era de Nápoles. Se dudó entre Fernando I de Nápoles (1458-1494) o el Católico tras la invasión española del sur de Italia, pero dos elementos permitieron datarlo con exactitud y encuadrarlo en el reinado del primero. Sobre todo, el dato principal es que mantiene los preceptos de la Cuaresma anteriores al año 1491. En ningún momento hace mención alguna ni muestra que conoce las modificaciones de los alimentos prohibidos por la Iglesia en época cuaresmal, que a partir del año 1491 ya permitía el consumo de los productos lácteos (como la leche y el queso) y los huevos. Además, y por esto en parte es interesante el libro, el original se escribió antes del contacto de Europa con América de 1492, ya que no menciona ningún producto del Nuevo Mundo.

A mí se me ocurren tres o cuatro aplicaciones ahora que hemos llegado hasta aquí con esta narración que nos ha servido de hilo conductor y, esperemos, hemos captado la atención del alumnado. Seguro que a vosotros se os ocurren muchas más. Una de ellas es mostrarles someramente cómo es el oficio del historiador (no todo es Indiana Jones…), las fuentes y que los libros de Historia "no salen de la nada". Las letras paleográficas o de imprenta antigua, como es el caso, suelen llamar la atención y puede ser interesante hacer que ellos intenten leer la receta directamente del texto, por ejemplo, antes de ofrecerles la transcripción, para inmiscuirles más en el proceso y que sean ellos poco a poco los que vayan descubriendo lo que pone.

Otra opción, tanto para una clase de Historia como de Alternativa a la Religión (que algún loco ha propuesto sea de Antropología de las Religiones frente a la de Doctrina Católica o una alternativa de Historia de las Religiones, que Rouco Varela le pille confesado…), es ver la relación entre alimentación y fe (los alimentos en Cuaresma como refleja el estudio del libro) y qué causas hay detrás de ello, llevándolo no sólo al Cristianismo católico sino a otros ámbitos conocidos (y si no que se lo digan a Marvin Harris y a sus vacas hindúes). También el libro completo de recetas puede servir para hacer una actividad para ver si los hábitos alimenticios de hace cinco siglos son muy diferentes a los que tienen nuestros alumnos hoy, vamos, estudiar la vida cotidiana de entonces con la de ahora.

Una de las más obvias es ver el intercambio de productos alimenticios entre América y Europa tras la llegada de Colón en 1492 (sí, aunque parezca mentira no sólo les llevamos curas y conquistadores y nos quedamos con su oro y sus almas, algo bueno sacaron aunque tuvieran también que amochar con éstos). Para estudiar esto parece que en lo más avanzado que nos hemos quedado es en usar un cuestionario y un mapa, encima en lengua de herejes, como los que se ofrecen aquí. Y eso si no es únicamente una retahíla de productos de un lado y otro del charco. E incluso aprovechar para innovar en la realización de cuestionarios que parece que Agustín se resiste a ver en clase: siempre me acuerdo como mi padre me contaba que a sus alumnos de E.G.B. (¡qué tiempos pre-LOGSE!) en un examen sobre el tema les hacía preguntas del tipo: ¿Comieron los Reyes Católicos patatas fritas en el banquete de su boda?. Imagino que todos sabemos la respuesta y razonarla...

Espero que no penséis que os he dado gato por libre con esta entrada, que tiene más cosas serias de lo que parece…


Entrada por: ENRIQUE TORIJA RODRÍGUEZ

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