¡EL JUEGO COMO ESTRATEGIA DE APRENDIZAJE!

Muchas veces pensamos qué estrategias debemos utilizar para poder captar la atención de los alumnos en las aulas. Una de las herramientas más potentes es el JUEGO, un instrumento pedagógico, una estrategia didáctica que permite al alumno entretenerse a la misma vez que aprende.

Antes de hacer referencia al juego como un elemento didáctico es necesario realizarnos las siguientes cuestiones:

“¿Quién no ha jugado alguna vez?, ¿Quiénes juegan con más frecuencia? ¿Qué es lo primero que hacen los niños al salir al recreo?, ¿Qué juegos conocemos?... Algunas de las respuestas serían: ¡Todos hemos jugado alguna vez!, ¡Todos los niños lo hacen!, ¡Salen al recreo a jugar!, ¡Algunos de los juegos que conocemos son: scrabble, dominó, ajedrez, monopoly, rompecabezas…!”

El párrafo anterior nos conduce hacia una palabra, la diversión. Los alumnos buscan la diversión en todo momento, por ello se debería introducir como objetivo docente dentro de las aulas. Las actividades lúdicas por lo tanto son atractivas y motivadoras, además de un elemento conector que permiten atraer a los alumnos hacia cualquier materia. Los juegos requieren de la comunicación y provocan y activan los mecanismos de aprendizaje, además de otros valores como el respeto, cooperación etc. De esta forma las clases pueden impregnarse de un ambiente lúdico y permiten a cada estudiante desarrollar sus propias estrategias de aprendizaje. Con el juego, los docentes dejan de ser el centro de la clase, para pasar a ser meros conductores del proceso de enseñanza-aprendizaje, además de potenciar con su uso el trabajo en pequeños grupos o parejas.

En fin, no hay excusas para no hacer un juego didáctico bonito, adecuado,  resistente y llamativo para los alumnos. Desde mi punto de vista, creo ningún intento será en vano a la hora de querer convertir el aula en un espacio para el descubrimiento, el conocimiento, el respeto a las ideas y la diversidad, la formación de ciudadanos críticos y útiles a la sociedad...

                                

(Por: Salomón González González)